Las máscaras cambian, pero el tirano siempre es el mismo: el Estado, las autoridades, los grandes poderes transnacionales. La autoridad, en cualquiera de sus encarnaciones, se infiltra, se expande y se fortalece, aún más cuando cedemos terreno por miedo, comodidad o una ilusión de seguridad. Ser anarquistas, sostiene el autor, es abrazar una perspectiva que nos libera del fanatismo partidario, ideológico, nacionalista o religioso. Es una vacuna contra la alienación y la propaganda que nos rodea. La opresión, en primer lugar, está instalada en nuestras propias cabezas. Este texto invita a pensar, a resistir y a recuperar la conciencia frente a un poder que, si no se cuestiona, crece sin límites.
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