La valoración del progreso como idea capaz de alcanzar, en el futuro, un destino de riqueza y desarrollo más justo, humano e igualitario, nació en vísperas de la Revolución Francesa o para decirlo de otro modo, el movimiento filosófico que dio sentido a los acontecimientos de 1789, llevó implícito este mensaje, siempre y cuando se respetaran las ideas de igualdad, traternidad y libertad. La Revolución industrial contribuyó, de igual modo, al demostrar que el progreso tecnológico traería crecimiento económico y buenas noticias. A esta cosmogonía, el siglo XX le adicionó sus valores: justicia social, gobierno de las masas y estado de bienestar. También la idea del socialismo. La izquierda mundial a mediados del siglo XX, ganaba la batalla del pensamiento al apoderarse del porvenir. Eran los patrones de ese enclave. Pero ocurrió lo inesperado, el paraíso implosionó, la Unión Soviética dejo de ser unión, comunista y menos el futuro. Un estado de escepticismo se abatió sobre la intelectualidad de izquierda y el novedoso progresismo (que se redescubría en este nombre), avergonzados por el rotundo fracaso del marxismo político.
Frente a la caída del gran tótem, se refugiaron en el pasado glorioso de su fantasía igualitarista. Ahora el porvenir se hallaba atrás. Comenzaba para ellos la era del retroprogresismo. Ingresaban al futuro retrocediendo, como decia un macizo pensador argentino.
El lector, al incursionar en este libro, encontrará un conjunto de artículos escritos, entre el 2003 y el 2007, cuyo hilo conductor es una mirada crítica a este sistema de ideas.
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