No fuimos ingleses, no fuimos venezolanos y no fuimos argentinos. No del todo. Fuimos anfibios. Unos reptiles que se adaptaron para sobrevivir y, con el tiempo, nos convertimos en nosotros.
Nunca supe cuál era el sabor de una anguila eléctrica es una historia con mucha nostalgia, una mirada hacia el pasado que es una mezcla de recuerdo infantil y reflexión adulta. Una reflexión comprensiva, sin rencores. Casi una mirada que busca pacificar el pasado, aplacar a ese perro que muestra los dientes (y a veces escupe espuma) que es el pasado. Es un gran acierto haber construido un cruce delicado entre una autobiografía novelada y la biografía de una generación. Es casi imposible que esta novela no nos interpele en alguno de sus capítulos si somos argentinos. Hay lugares, aromas, discos, que son generacionales. Que nos disparan recuerdos, sentimientos a veces confusos. Porque fueron años confusos, como lo es el lenguaje para la narradora.
Cynthia Matayoshi
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