Rojas Ayrala, Ricardo
El 17 de octubre de 1896 se estrena la que, andando el tiempo, será una de las obras emblemáticas de Chéjov: La gaviota. La historia del arte es pródiga en estrenos estrepitosos de piezas que luego alcanzarán el rango de clásicas, y La gaviota no es la excepción: es un revés sin paliativos, un naufragio que, en apariencia, no reconoce héroes ni sobrevivientes. Chéjov en la nieve es la rumia de Chéjov, andando por las calles de San Petersburgo antes de que caiga el telón sobre su pieza dramática, nimbado por el oscuro halo de una derrota sin atenuantes. Vale decir: Ricardo Rojas Ayrala ha delineado en su novela la poética del fracaso, orlada por un sesgo de dosificada ironía que no hace más que subrayar la intensidad del desmoronamiento en un juego en el que interactúan, en la mejor tradición pirandelliana, los protagonistas, los personajes secundarios, las fuerzas oscuras que manejan los hilos de cualquier trama, y hasta el propio autor.
Ricardo Rojas Ayrala construye una pieza donde el protagonista, el mismísimo Anton Chéjov, es interpelado por el autor, quien dialoga a su vez con el corrector, la diagramadora, e incluso con el propio lector. Dicho autor -también personaje principal de esta historia- se dirige a Chéjov a lo largo de toda su obra, convirtiendo al lector en espectador -y hasta partícipe- de un entramado que avanza con la convicción de la nieve. Y es que Rojas Ayrala presenta, fiel a su protagonista, una trama atenta a la atmósfera que nos adentra con precisión y elegancia en una Rusia zarista donde la nieve cae inexorable: “Una nieve polifónica empecinada en ciertos gestos silenciosos, infinitos, y en los duelos mudos desmedidos”.
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