Uno de los grandes hallazgos del siglo XX fue el desarrollo de los medios de comunicación audiovisuales y multimediales, con una aceleración impensable en otros siglos. Desde la radiofonía, la televisión, hasta los dispositivos móviles, esta expansión no fue ajena a la sustancia de la información, incluso la modeló y privatizó. Logró que informar adquiriera una configuración seductora pero despreocupada por la verdad. Esta, a su vez, quedó como apoltronada entre dos guerras, sometida al relativismo y, en definitiva, sometida a un momento de esplendor del capital. Hasta se llegó a expresar que cada uno tiene «su» verdad en una suerte de euforia yoica intrascendente y hasta mezquina. Mucho del campo intelectual colaboró con esta alquimia, hasta se llegó al tupé de armar escenografías de verdad, de elaborar mediáticamente una ficción y pasarla por conocimiento verdadero, ficción acusatoria y con víctimas para que meses o años después se advirtiera que todo era un invento, con costo de muertes, prisiones, devastación. Instalada la creencia, construida la falsedad, incluido el halo emotivo, listo. Los medios audiovisuales son expertos en este tipo de ficciones. La noticia puede publicarse primero en un medio gráfico ya que la palabra escrita aún tiene prestigio, para luego pasar a los audiovisuales, que tienen tradición en el melodrama. Con un agregado: a grandes masas de población, en un momento inicial, parece gustarle el trucaje arrobador, la mentira seductora que justo coincide con el oculto deseo de dañar al otro. La solidaridad no es una virtud con la que se nace. Se aprende a veces por necesidad, porque el aislamiento para el humano es letal. Entonces, si los dispositivos ejecutados por sujetos la aciertan con el modo de producir mentiras creíbles, si es justo aquel contenido que vastos sectores de la población tienen in pectore, si coincide con su deseo, se produce una fusión difícil de detener o cortar. Basta una chispa para que la coincidencia entre los supuestos hechos y los imaginarios suture cualquier duda y hasta enardezca. Cada tanto, como gotas de una herida que no cesa de sangrar, se dispersan con fuerza palabras como justicia, emancipación, memoria, verdad. Salpican y son rápidamente tapadas, reprimidas, falseadas. Pero vuelven, marcan, se obstinan porque forman parte de un acervo ciudadano necesario aún no satisfecho y solo alentado por corrientes espasmódicas, alternativas. Vuelven decíamos, mueven mundo, alientan importantes movidas sociales. El presente libro quiere aportar al debate sobre una de ellas: la verdad, como núcleo básico en la elaboración de la información, estudiada no de modo general y sin contexto, sino a partir de lo ocurrido a lo largo del siglo XX y en lo que va del siglo XXI con la emisión de pseudoverdades.

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