La pieza de este rompecabezas sudamericano más difícil de encajar es, sin dudas, Brasil, la República Federativa del Brasil. Y es ahí donde se zambulle ahora Aritz, en entera concordancia con lo que ha hecho en su pasado intelectual. ¿De qué sirve mirar una parte si no observamos el todo? Brasil no es una anomalía de nuestra América, como tantas veces han intentado hacernos creer.
En estos días, más precisamente en este siglo XXI, esa ilusión se ha roto. El Mercosur, ideado inicialmente por los fabricantes de automóviles en pos de reducir impuestos, fue luego recuperada magistralmente por nuestros gobernantes. Se trató de procesos nacionales y populares que llevaron a nuestros países a niveles de bonanza económica y de distribución justa del ingreso como casi no se recordaba. Se sumaron diferentes circunstancias: las guerras de los EE.UU. en el medio oriente, el fracaso de políticas neoliberales de los noventa, el avance de luchas populares, la decadencia de la clase política que hasta entonces había gobernado. En fin, lo cierto es que nombres como Correa, Morales, Chávez o Mujica confluyeron con los de Kirchner y, sobre todo, con Lula.
Aritz repasa las visiones de Alberdi, de Hernández Arregui y de Jauretche, sobre nuestros hermanos brasileños. O sea, retira de su ostracismo el análisis de nuestros pensadores al respecto. Siempre los vecinos constituyen un problema. Por cercanos los conocemos, pero no tanto como quisiéramos. Por cercanos tenemos miles de factores en común, pero nos irritan las diferencias. Para colmo, Brasil es multifacético. Los gaúchos del sur tienen tantas similitudes con los rioplatenses que resulta en extremo sorpredente. La lejana Bahía constituye una cultura exótica para nosotros.
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