Prólogo por Mariana Enríquez
Hay una caracterización de los años ’90 que de tan repetida se ha vuelto lugar común y aceptado: la imagen de una década frívola y consumista, algo ridícula, que marcó el desprestigio de la política por considerarla un anacronismo o un sinónimo de corrupción. Lo que queda fuera de ese retrato, un mundo paralelo de librerías, universidad y discos de Nick Drake, es el escenario de Las nuevas olas, la segunda novela de Gabriel D. Lerman. Y en su centro está Laura Mazarik, una estudiante de Historia que está viviendo su despertar político en un trayecto azaroso, lleno de secretos y de absurdos.
Las nuevas olas es una novela clara e intencionadamente fechada: comienza en marzo de 1992 y termina aproximadamente un año después. Y es en el arranque cuando ocurre el primer absurdo trágico que inicia la sacudida emocional e intelectual de Laura: su tío David, anciano, judío, nacido en Europa central, que apenas habla castellano, sobrevive al atentado terrorista a la Embajada de Israel.
Las nuevas olas es una novela sobre la experiencia universitaria, sobre las amistades intelectuales, sobre la bohemia ilustrada porteña que sobrevive entre una calle Corrientes cada vez más desangelada y un incipiente Palermo chic. Es una novela sobre Buenos Aires, recorrida con obsesión de cartógrafo, extraordinariamente vívida cuando se adueña de las sesiones de charla trasnochada, sexo intempestivo, peleas apasionadas, vino tinto y milanesas freídas de madrugada para paliar la gula cannábica. Los setentistas se mezclan con unos pocos jóvenes inquietos en la librería Gandhi, que es refugio, teatro de operaciones y último puerto para las militancias políticas. Las nuevas olas es un año en la vida de Laura, probablemente el más importante que hasta entonces le haya tocado vivir.
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