La historia es una vieja dama indigna que cambia el color de su cara si uno sabe descubrir las arrugas ocultas bajo el maquillaje. Por eso ahora, frente al mar Cantábrico, mientras siente la brisa fría que viene desde lo profundo de esas aguas que colman el horizonte, saca de su sobretodo de piel la foto que lo ha acompañado en todo este viaje y observa a Merido Tejeda en silencio, encerrado en el tibio refugio del papel fotográfico, ya viejo y amarillento, y tiene la sensación que, otra vez, su abuelo le ha guiñado un ojo. 
Es una sensación rara, inexplicable. También cree que ahora las arrugas que le inundaban la frente, como si tuviera el ceño fruncido, se han estirado, se han apagado y ya no existen. Clava la vista en la foto, respira profundo e intenta hundirse en esa tranquila mirada que le lanza su abuelo desde el fondo de sus ojos. 

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